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Clínica del dolor y reales en juego en la cura analítica

Resumen

¿Podemos obviar la cuestión ética que abre el dolor sobre nuestra existencia como sujetos? El dolor muestra un cuerpo signado para el goce, invocando al Otro del sentido. Por lo que también es fundamento del reconocimiento y, por ende, de lo social. A partir de estas premisas, con lo que la experiencia clínica del análisis aporta, se desgranan e interrogan algunas de las elaboraciones que hicieron Freud y Lacan sobre el dolor. Finalmente, también se trata de cernir algo de los reales en juego que, a lo largo de un análisis, abren distintas posibilidades de experienciar el fenómeno doloroso. 

Palabras clave: dolor, dolor de existir, masoquismo, repetición, real.

El dolor en lo social y lo social del dolor: fundamento para una ética del deseo

El dolor interpela a múltiples disciplinas, entre ellas la medicina, la sociología, la filosofía y, como no, el propio psicoanálisis. En el corazón de la ideología del progreso se bate un duelo contra el dolor. Por un lado, la medicina ha dejado de creer en las virtudes del dolor, ya no le da ningún valor moral, lo trata como un problema innecesario que se resuelve técnicamente (Le Breton, 1999). Esta tendencia impone una uniformización del significado intrínseco que cada persona tiene de su sufrimiento y obliga a adoptar actitudes dictadas por un protocolo. Según Ivan Illich en Némesis médica, esto le resta al ser humano sus propios recursos, convirtiéndolos en anacrónicos. Por otro, los mismos enfermos llegan a considerar un deber la respuesta antiálgica y entregan el cuerpo a los especialistas, de los que esperan una respuesta infalible (Illich, 1975). Ante esta tesitura, nos podemos preguntar sobre los efectos que el hecho experiencial de una cura analítica orientada a lo real, tal y como la concibió Lacan, puede generar ante la cuestión del dolor. Ya que, de entrada, tenemos la impresión que, sin esta perspectiva subjetiva, estamos abocados hacia una actitud ante el dolor, más esclava y sujeta al discurso del Amo.

Existe, pues, un ideal de progreso encaminado a la aniquilación del dolor, pero, paradójicamente, el nivel de tolerancia al dolor decrece a medida que los analgésicos se vulgarizan. También se observa, como profecía cumplida de un fantasma típicamente obsesivo, que la innovación científica, mediante la biogenética y la realidad virtual, abre las puertas a técnicas impensables hasta ahora de tortura a la manera sadiana, por su aspiración a un dolor sin término. Es decir, el empuje técnico al servicio de la eliminación del dolor se acompaña también de una mayor capacidad, hasta cotas inhumanas, de producirlo. Igualmente se percibe un incremento de los dolores que resultan de la expansión económica e industrial. Y el discurso capitalista responde distribuyendo más productos analgésicos, incrementando su demanda y la de los servicios médicos impersonales, corporativos, con el apoyo económico del poder o su llamado a filas si es necesario como hemos visto en la pandemia. Pero el dolor no es algo a aniquilar, es estructural en el parlêtre, cuerpo que habla.

El mismo Lacan ya advirtió, en la década de los 60, de los peligros de la progresiva mercantilización de la salud, cuando señalaba a los médicos en Psicoanálisis y medicina que: “si la salud se vuelve objeto de una organización mundial, se tratará de saber en qué medida ella es productiva. ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos que lo harían empleado de esta empresa universal de la productividad?” (Lacan, 1966, p.19-20). Esta misma cuestión también la expresó bellamente el escritor argentino Adolfo Bioy Casares en el cuento Otra esperanza, cuando aventura que las leyes terminarán por prohibir el “dolor silencioso” por improductivo, aquel dolor de existir irreductible, opaco, distinto a la modalidad de goce del blablablá ligado a la cobertura imaginaria del fantasma. Hoy día se ve hablar con total impudor del sufrimiento íntimo en lo social. El dolor se comunica como terapia de aceptación, se proclama y se expone de manera reivindicativa pues cada vez es más necesario y útil para los propios fines productivos del reality, de la mercantilización de la intimidad:

Permítaseme señalar el valor humano de esta gran conquista del progreso, que da un sentido, una utilidad, al dolor. En efecto, para los enfermos, y aún para los médicos, hasta ahora había demasiados dolores inútiles, que alertaban sobre males incurables para la ciencia contemporánea. Mientras tanto, saber que nuestro dolor sirve ¿no es el más hermoso consuelo?” (Bioy Casares, 1978, p.61). “

Puede ser una vía de alivio el que un sujeto halle, en un momento dado, una utilidad a su dolor, pero, ¿al servicio de qué y hasta qué límite?

La cultura afronta el dolor y la muerte interpretándolos, integrándolos dentro de la cadena de significantes: ambos invocan al Otro del sentido. El sociólogo y antropólogo David Le Breton ha descrito diferentes formas de ello en Antropología del dolor: como injusticia, purificación, moral, ofrenda, iniciación o expiación (Le Breton, 1999). O el mismo “angst” ligado al sin-sentido de la vida misma, el dolor de la pura existencia, eje del existencialismo como corriente filosófica. Freud situó el origen de la psicología en la necesidad de comprender por qué se puede sentir odio hacia un ser querido durante el trabajo de duelo, sobre todo cuando se le ha perdido de forma repentina. Para él, este último caso es el de mayor dolor (Freud, 1930). Aunque es evidente que a menudo hay que apaciguar el dolor mediante los recursos de que disponemos, parece que cuanto más lo combatamos o se nos impone un sentido, más nos interroga. El psicoanálisis apuesta por mantener viva la pregunta que nos hace el dolor para que cada uno vaya elaborando su propia significación a la experiencia. Así, ¿podemos olvidar la cuestión fundamental que nos abre sobre nuestra existencia como sujetos? 

Por la propia experiencia del análisis sabemos que la sensación de dolor siempre es percibida según las vivencias subjetivas y que son estas las que acompañan hacia el sufrimiento. También sabemos que el dolor, en su vertiente simbólica e imaginaria, es formador de nuestro Yo y nos enseña a descubrir el cuerpo como propio. Por ser un significante que por excelencia remite a lo más corporal del goce, es difícil que, a lo largo del análisis, uno no se cuestione por el sentido que uno mismo se ha construido sobre él, aunque no es sin experimentar algo del orden de la angustia, señal de lo real entre goce y deseo, que será posible transformar, efectivamente, la relación del sujeto con el goce de su cuerpo. Es decir, es la orientación del análisis a lo real la que permite despegar al sujeto de su goce doloroso, por la vía de la angustia, verdadero motor de la transferencia que va a posibilitar, finalmente, un cambio de posición subjetiva ante lo real sintomático. Esto no es contrario a la posibilidad de que lo real del síntoma al final de un análisis pueda vivirse como un dolor de existir o una angustia dolorosa si se quiere, por lo que tiene de despersonalización o de vivencia del sin-sentido de la vida misma por la caída del fantasma fundamental. 

Está claro que el discurso médico y el psicoanalítico son diferentes, como también lo son sus efectos. Para clarificar las diferencias, en Psicoanálisis y Medicina, Lacan puntúa, necesariamente, las diferencias entre demanda/deseo y cuerpo/goce. Puntos cruciales donde se observa la extraterritorialidad del psicoanálisis respecto al proyecto médico, pues este último acontece alrededor de las exigencias de satisfacer la demanda paliativa. Pero si el médico quiere poder mantener la originalidad de su posición, según Lacan, la de responder a una demanda de saber, no puede hacerlo más que llevando al sujeto a que se vuelva del lado opuesto a las ideas que emite para presentar esa demanda (Lacan, 1966). Es decir, Lacan insta a los médicos a no abandonar esta posición original que es la que va a permitir que surja algo más allá de la demanda, el deseo. Pues de abandonar esta posición, se actúa acorde a todo neurótico, especialmente el obsesivo, que hace todo lo posible para velar el deseo del Otro a base de confundirlo con la demanda. 

Y la dimensión ética es aquella que se extiende en la dirección del goce. El progreso exponencial de la biología ha conllevado una biomedicina que excluye cualquier marca de la subjetividad. Este cambio se ha revelado de forma más acentuada con la llegada de la pandemia, lo que se ha traducido aún más en la consideración de la vida como valor supremo de nuestra civilización y en una biopolítica en forma de prevención mercantilizada y benevolente de la salud que hace del vivir la vida algo del imposible. Esto es tan potente que fragmenta los tiempos subjetivos que posibilitan el sostenerse mediante un saber-hacer-allí con ese real por el que el parlêtre se siente atenazado. Por este motivo, Lacan apuntó que, si el médico debe seguir siendo algo, es prosiguiendo y manteniendo en su vida propia el descubrimiento de Freud a cuenta de no limitar su función al tiempo que se le dedica (Lacan, 1966). Lacan hace aquí la observación de la dimensión ética que abre el dolor y que obliga a posicionarse con respecto al propio deseo. No es posible una cura analítica sin partir de esta posición ética tal y como señala en su seminario sobre la ética del psicoanálisis. 

Sorprende que no siempre nos regimos para evitar el dolor y buscar el placer. El movimiento, la conducta, son los que en último término regulan el nivel de tensión soportable en el frágil equilibrio del principio del placer. Lacan afirma en La ética del Psicoanálisis que no es casual que, en la arquitectura de la médula espinal, las neuronas encargadas de la percepción del dolor y las motoneuronas coincidan espacialmente. De hecho, según la relectura que hace de Más allá del principio del placer, análisis del masoquismo, nuestra conducta prueba más de evitar el dolor que de buscar el placer; esto es, en último término tiende al inmovilismo, al reposo de las piedras, a la muerte (Lacan, 1959-60). La vivencia de dolor aparece en el límite en que al sujeto no le es efectiva la posibilidad de moverse, es decir, de gozar del objeto que le separa del Otro. Es un sujeto petrificado ante los significantes S1 provenientes del Otro que marcan su ser, un sujeto identificado a un objeto no-separador. Lacan recuerda que esta detención se manifiesta cuando erigimos piedras, desde el menhir, al altar o la lápida, en último término, como prueba de un retorno a la nada. Sin embargo, de esta nada puede surgir algo del dolor de ser, ligado a la propia existencia del ser vivo según Freud, como resto después de que una agresividad motriz logre despejar algo de la pulsión de muerte. Entonces, el dolor de existir, no es sin ser piedra que funda el proyecto de una arquitectura resiliente por y para el deseo. Según Lacan, en un intento del sujeto de no constituirse como elemento en la cadena de significantes, paradójicamente, más reanima la cadena y más atado se siente a esa misma cadena, último motor de la reproducción sintomática. Este fantasma masoquista, para recubrir lo real de la relación del sujeto con el sujeto paterno, es a la vez fundamento, justamente, para constituir el espacio donde va tener lugar el fenómeno del reconocimiento y, por ende, de lo social. 

La secreción: nombre de lo real en un primer dolor freudiano

El dolor es el primer fenómeno clínico del que Freud parte para tratar de elaborar su Proyecto de psicología de 1895. En él construye la arquitectura de un modelo energético para comprender los estados desiderativos y los dolorosos, teniendo en cuenta que en aquella época imperaba una interpretación mecánica de los hechos corporales. Freud considera el dolor como un fracaso del dispositivo de las neuronas fi, psi y omega. En el capítulo 6 sobre “el dolor” lo describe como una irrupción violenta de una gran cantidad de energía (Q) proveniente del exterior, la cual pone en marcha la percepción externa (sistema fi) que llega sin obstáculo al mismo centro del Yo, donde se ubican las neuronas del recuerdo (sistema psi). Estas últimas son, en el nivel del inconsciente, las neuronas encargadas de investir la imagen mnémica del objeto (hostil). El dolor en el cuerpo, pues, se inscribe en el inconsciente (Freud, 1895). 

En el capítulo 12 sobre “la vivencia del dolor”, Freud trata de dar respuesta a la diferencia entre displacer y dolor mediante la pregunta sobre los orígenes de cada uno. Aunque la irrupción de energía Q es la causante de la pareja displacer/dolor, en el displacer, expresión cualitativa de un aumento de la tensión psíquica, es la investidura de una imagen mnémica del objeto hostil que puede llegar a inclinar la descarga hacia el dolor. ¿De dónde viene la irrupción? En el displacer proviene del “interior” y en el dolor proviene del exterior (mediante el sistema fi). Pero, ¿cómo puede un aumento endógeno inclinar la descarga hacia el dolor si la capacidad de sobrepasar la inhibición ejercida por el sistema neuronal sólo se había reservado al mundo exterior? En este punto Freud presenta una hipótesis que trastoca los fundamentos de la topología dentro/fuera sobre la que parece construido el aparato psíquico (el llamado principio de realidad): gracias a las neuronas “clave” secretoras que una vez excitadas segregan mucha mayor cantidad de energía de la que les llega (Freud, 1895). 

De hecho, la palabra secreción proviene del latín secretio (acción de verter algo del interior al exterior, de ahí el secreto), compuesta por el prefijo separativo *se-, la raíz del verbo cernere [cortar, separar, cernir, distinguir] y el sufijo –tio [acción y efecto] (Diccionario Etimológico Castellano en Línea, 2022). Secreción presenta una redundancia en su etimología, por lo que una traducción posible de secretio sería la “acción de separar de una separación”, de un corte. ¿No es el dolor del melancólico efecto de la pérdida o separación con el objeto investido? Objeto que además es efecto de un corte estructural, una separación entre sujeto y objeto que Lacan tratará, posteriormente, de cernir mediante la topología, algo de lo real de su articulación. En la secreción está la hipótesis clave y necesaria para una primera aproximación freudiana del dolor como afecto, alejando al hombre de ser un mero apéndice de la actividad neuronal. 

En los escritos posteriores, Freud raramente escribirá algo sobre el dolor corporal y nunca volverá a ser tan preciso y riguroso como en el Proyecto de psicología. Pero la inspiración de este primer modelo le será útil para tratar de explicar, posteriormente, la clínica del dolor en el duelo y en la melancolía. Siempre llevará la marca de esta primera elaboración con ligeras variaciones: el dolor psíquico es un displacer intenso que la inhibición del Yo no puede detener. A partir de Más allá del principio del placer compara el dolor con una “pulsión” o “pseudopulsión”, en el sentido de que la agresión externa y anormal que provoca el dolor evoca la agresión interna y normal de la pulsión sexual. También en el sentido de que ambos dejan una marca en el inconsciente en forma de excitación interna constante que puede renacer en cualquier momento a modo de repetición. En la pulsión, el Yo se opone con la represión, mientras que en el dolor el Yo queda impotente (Freud, 1920). Este modelo se pone de manifiesto en Inhibición, síntoma y angustia cuando Freud trata de explicar el dolor físico en los cuadros melancólicos, con la finalidad de diferenciarlo del fenómeno de la angustia ante la pérdida del objeto. Según Freud, el bebé todavía no puede diferenciar la angustia del dolor, y no es hasta los 2 años que éstas se dividirán: cuando sepa diferenciar la ausencia temporal de la madre, angustia, de su desaparición total, dolor (Freud, 1926). El dolor, a diferencia de la angustia, está vinculado con la ausencia atemporal, con la inmediatez o la imprevisibilidad. El dolor puede ser vivido entonces como forma de hacer revivir la presencia o velando esta ausencia, por ejemplo, como una ofrenda para el difunto. En la clínica se observa como el dolor puede ser una solución para recubrir la angustia ante lo real.

El dolor como afecto: el mensaje como segundo tiempo freudiano

Un afecto es el efecto del lenguaje sobre el cuerpo, lo que en sí mismo, ya implica la posibilidad de que algo de lo real pueda ser leído como mensaje que posibilite un saber sobre el mismo. Freud trató las relaciones entre la angustia y el dolor como afectos, pero lo cierto es que sus elaboraciones, en este punto, giraban sobre todo alrededor de la angustia. Lacan ya advirtió posteriormente que la angustia es el único afecto (real) que no engaña. Aun así, en el Proyecto Freud ya hace hincapié por primera vez en el dolor como afecto, cuando afirma que la vivencia de dolor se debe, más propiamente, a la cantidad de energía que irrumpe desde el exterior, mientras que el afecto doloroso se debe más a la cantidad de energía secretada desde el interior, liberada por la brecha ya abierta con el exterior. Como en todos los afectos, experimentar un dolor es recordar un dolor anterior. Pero no es hasta 1926, en Inhibición, síntoma y angustia, cuando Freud se interroga por qué los afectos frente a una separación se sienten como dolor y no como angustia, es decir, porqué el dolor es central en la vivencia de determinados cuadros clínicos.

“El paso del dolor corporal al dolor anímico corresponde en la mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto”. (Freud, 1926, p.160). Siguiendo a Freud, el dolor como afecto es un dolor traumático que se caracteriza por la pérdida de un objeto investido, idealizado de manera narcisista. Al tratar la cuestión del duelo, Lacan se ocupa no solo del objeto que pierde el sujeto, sino de qué pierde de él en esa pérdida. Esto es abordado en el seminario de La angustia cuando dice: “El objeto por el que hacemos el duelo era, sin nosotros saberlo, el que se había convertido en soporte de nuestra castración” (Lacan, 1963, p.125). El duelo es un trabajo subjetivo que implica una tensión entre, por un lado, el dolor de mantener y sostener todos los múltiples vínculos imaginarios con el objeto perdido, y por otra, la angustia de restaurar el vínculo con la falta en lo real, para tratar de hallar un sustituto a la pérdida del objeto. La dialéctica en juego en el proceso de duelo se debe al propio recurso a la estructura del fantasma que, mediante el deseo, permite un retorno de la libido del objeto al yo propio del sujeto. Así, el trabajo de duelo siempre va algo más allá del simple alivio del dolor, es decir, no es sin un cambio subjetivo de modalidad de goce a través de la angustia.

En el Manuscrito G, en términos puramente neurológicos, Freud describe el empobrecimiento pulsional que acompaña a la inhibición psíquica como causa del dolor en la melancolía (Freud, 1895). Este intento fue pronto remplazado por un enfoque psicológico, cuando compara la melancolía y los estados normales del duelo en Duelo y melancolía (Freud, 1917). A Freud se le impone la necesidad de otorgar un estatuto clínico a los cuadros melancólicos, en donde la cuestión del dolor ante lo traumático aparece como central, pues en la melancolía el proceso de duelo no culmina. En palabras de Lacan, “en la melancolía el objeto supera a la dirección del proceso, el objeto es el que triunfa” (Lacan, 1963, p.363). A diferencia de la dialéctica instaurada en el doliente de tensión entre lo real y lo fantasmático, el melancólico está pegado a la idealización narcisista del objeto, de manera que le impide un retorno de la libido, con un estado de aflicción psíquica similar al dolor físico. Freud elabora esta cuestión cuando afirma: “El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energías de investidura y vacía al Yo hasta el empobrecimiento total” (Freud, 1917, p.250). El melancólico tratará de restaurar el vínculo con lo real de la falta atravesando y atacando su propia imagen, con el riesgo de suicidio por precipitación a través del marco de la ventana, queriendo hacer uso del recurso al espacio que proporciona el marco del fantasma.

El dolor de existir, nombre de lo real más allá del dolor freudiano

En el seminario de Las formaciones del inconsciente, Lacan comenta la afinidad profunda que existe entre la errancia del deseo, en relación con toda satisfacción, y el dolor. Llega a afirmar que: “En última instancia, con lo que el deseo confina (…) es con el dolor de existir. Éste representa el otro polo, el espacio, el área en el interior de la cual se nos presenta su manifestación”. (Lacan, 1958, p.346). A mi entender, esta cita enigmática de Lacan, expresa que el deseo, llevado al límite de su excentricidad, confina al sujeto a algo doloroso, pues está sometido a las leyes del significante. Además, con el dolor de existir, Lacan nombra algo de ese otro lugar, lo real que se abre más allá de la topología exterior/interior intuida ya por Freud, más allá del marco del fantasma fundamental. De hecho, en la lección XIV, El deseo y el goce, de este mismo seminario, Lacan apunta que, de lo que se trata en un análisis, es de que el sujeto comprenda su compromiso con la necesidad de reconocer la división de su propia existencia debida al puro y simple lugar del significante. Mediante este señalamiento, sitúa en el centro la cuestión del destino, pues el dolor de existir se vincula con el sometimiento del sujeto a las leyes del significante, de la repetición. El vínculo del ser con su destino “constituye la forma última de lo que llamamos en el análisis el masoquismo, a saber, aquello a cuyo través el sujeto aprehende el dolor de existir” (Lacan 1958, p.264). Es mediante la identificación al síntoma, la repetición al recurso del fantasma para recubrir lo real, que es posible en un análisis aprehender el deseo como un espejismo y posibilitar la caída del fantasma fundamental, de los ideales sobre su propio ser y sobre el mundo. 

Siguiendo esta dirección lógica, en el seminario El deseo y su interpretación, Lacan afirma que el dolor de existir, como último término de la existencia, es efecto irrevocable de la experiencia del sujeto de saberse enfrentado, por vía identificatoria al síntoma, a la pérdida de la protección de la presencia del padre, es decir, ligado al deseo de la castración paterna que retorna sobre la propia castración del sujeto (Lacan, 1958). También, en este mismo seminario, a propósito de un caso clínico, Lacan indica que la vivencia de la existencia reducida a sí misma, cuando todo deseo se ha desvanecido, es de un dolor intolerable, pero también señala que, en este límite de la extinción resurge siempre una nueva existencia, brotando ésta cada vez más lejos, y precisamente, de manera inconsciente, saber esto es lo que puede resultar intolerable para un determinado sujeto: 

Y del seno de esta existencia siempre resurgía para ella – para su intuición íntima, podemos decir- una nueva existencia que se extendía hasta perderse de vista. Ella aprehendía y sentía la existencia como algo que por su naturaleza sólo podía extinguirse resurgiendo cada vez más lejos, y esto venía acompañado precisamente por un dolor intolerable (Lacan, 1958, p.105).”

Entonces, a mi entender vemos como Lacan, en estas elaboraciones utiliza el significante del dolor de existir para nombrar algo de la angustia en su estatuto de real y para delimitar este espacio del sin-sentido que se abre más allá del marco del fantasma. Y que en el seminario de La angustia ya lo va a relacionar con el objeto a en la vertiente de “resto único de la existencia en tanto que ella se hace valer” (Lacan, 1963, p.358). Pero además es un concepto ligado a la cuestión masoquista de la repetición, es decir, este masoquismo puede funcionar así mismo como objeto obturador que impida la salida del impasse del sujeto identificado al síntoma en el final de un análisis. Aunque no es sin repetición del recurso al fantasma que es posible entrever algo de esta salida mediante un duelo del deseo. Por lo tanto, el dolor de existir es ante lo real de una existencia sostenida en la abolición del deseo, pero en el límite en que el sujeto se percata de que no es sujeto sin un Otro barrado de la ley que lo sostenga. Sin embargo, esta vivencia, que es de un real “en menos”, distinto al real del síntoma de la demanda al inicio del análisis, es la que puede poner los cimentos para la elección particular de un determinado sujeto de devenir analista según su deseo. 

Bibliografía
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  • Illich, I. (1975). Némesis médica. La expropiación de la salud. Barcelona, Seix Barral (1975).
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  • Freud, S. (1895). Proyecto de psicología. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu editores (2007). 1:323-446. 
  • Diccionario Etimológico Castellano en Línea (búsqueda de la palabra secreción). Disponible en: http://etimologias.dechile.net
  • Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu editores (2007). 18:1-62. 
  • Freud, S. (1926). Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu editores (2007). 20:71-164. 
  • Lacan, J. (1963). Libro 10: La angustia. El seminario de Jacques Lacan. Barcelona, Paidós (2013). 
  • Freud, S. (1895). Manuscrito G: Melancolía, Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores (2007). 1:239-46.
  • Freud, S. (1917 [1915]). Duelo y melancolía. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu Editores (2007). 14:241-57.
  • Lacan, J. (1957-8). Libro 5: Las formaciones del inconsciente. El seminario de Jacques Lacan. Buenos Aires, Paidós (2015).
  • Lacan, J. (1958-9). Libro 6: El deseo y su interpretación. El seminario de Jacques Lacan. Buenos Aires, Paidós (2015).

1 A.A.V.V.: Niños en Psicoanálisis, Buenos Aires, Manantial, 1989.6.

2 Íbidem

3 Íbidem

4 Íbidem

5 IZCOVICH, L.: Clínica diferencial de las psicosis en la infància Luís Izcovich. [FOE Barcelona EPFCL]. 2017.

6 SOLANO, E.: Leer el síntoma del niño. Nueva red CEREDA. 2014

7 Ibídem

8 Ibídem

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Al preparar esta intervención me preguntaba qué es lo específico del niño, para hablar de su síntoma. ¿Por qué no hablar simplemente del síntoma analítico? Pienso que cuando hablamos del niño, conviene tener en cuenta algunos puntos que van directamente relacionados los unos con los otros.

  1. En primer lugar, cabe diferenciar el proceso de desarrollo, de los momentos
    estructurantes del sujeto.
  2. En segundo lugar, especificar si hay o no hay sujeto del inconsciente en el niño.
  3. En tercer lugar, el lugar que ocupa el niño para el Otro, y, por lo tanto, su invención sintomática -o no- en tanto constituyente a nivel de estructura.
  4. Ya para terminar, algunas puntuaciones sobre el síntoma analítico, más allá de su
    especificidad en la infancia.

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