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Gozo. Un tiempo de espera
Parece ser que cada vez más se habla sobre el cansancio. El cansancio se ha popularizado: hay libros, ensayos, películas que tratan de personas cansadas y de un anhelo hacia una vida destinada al gozo. Y me pregunto: ¿todo tipo de gozo es válido?
Puede ser que gozar también sea una tarea. Cuando hablamos de cansancio, nos podemos referir al trabajo. El trabajo, aquello a lo que sometemos nuestro tiempo, o como bien dice Berardi, a aquello a lo que las trabajadoras hemos sido reducidas: horas, minutos, segundos.
El tiempo es solicitado, así como concedido. El bien más preciado, afirma Yun Sun Limet, se ha convertido en juguete. El trabajador vende su tiempo, “hace la ofrenda completa de su disponibilidad”.
O tal vez podemos hablar de cansancio en nuestro tiempo libre. Sumergidos en la era de la rapidez, donde la psicología del yo se encarga de que no nos olvidemos de aprovechar, gestionar, producir nuestro tiempo, como si de grandes lobbys se tratara. El tiempo del gozo se ha convertido en un gran expendedor de crear experiencias monetarias, eliminando todo elemento contemplativo.
Azahara Alonso, en su libro titulado Gozo, nos devuelve la oportunidad de reapropiarnos de la pérdida del tiempo. Lo hace rememorando las vacaciones de su infancia, deseando “ejercer el ocio de los niños hasta hurgar en la tierra de pura curiosidad o aburrimiento”. Reapropiarse del tiempo sin remordimientos. El remordimiento parece ser el síntoma del deseo desubicado. Un deseo hacia fuera, escapando del deseo propio, aquel que nos pertenece y nos abastece de vivir nuestra vida, según nuestras propias elecciones.
Simone Weil afirmaba que lo que nos mueve es el deseo. A menudo, depositamos en el objeto la proyección de lo que queremos construir como deseable, lo cierto es que el objeto en sí mismo carece de interés. Es solo una construcción, un espejismo. El deseo que lejos de situarse fuera, nace de dentro, así satisfaciendo el alma.
Movilizar nuestro deseo, puede requerir de una espera. De un tiempo muerto que nos permita resurgir el contacto genuino con nosotras mismas y con las otras. Es en la espera, donde la esclavitud de medir el tiempo, se descompone para abrirse en una infinitud de posibilidades. ¿Cómo voy a saber qué deseo si solo hay espacio para la prisa? ¿Cómo gozar si no hay espacio para el deseo? Definitivamente, no todo tipo de gozo es válido.
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Al preparar esta intervención me preguntaba qué es lo específico del niño, para hablar de su síntoma. ¿Por qué no hablar simplemente del síntoma analítico? Pienso que cuando hablamos del niño, conviene tener en cuenta algunos puntos que van directamente relacionados los unos con los otros.
- En primer lugar, cabe diferenciar el proceso de desarrollo, de los momentos
estructurantes del sujeto. - En segundo lugar, especificar si hay o no hay sujeto del inconsciente en el niño.
- En tercer lugar, el lugar que ocupa el niño para el Otro, y, por lo tanto, su invención sintomática -o no- en tanto constituyente a nivel de estructura.
- Ya para terminar, algunas puntuaciones sobre el síntoma analítico, más allá de su
especificidad en la infancia.